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Como sabemos, el mundo de la aviación general y ejecutiva está repleto de historias y anécdotas, en gran medida gracias a los temperamentos y actitudes muy poco ortodoxas de sus miembros, desde pilotos, mecánicos y hasta de los mismos dueños, esto involucra a todos los roles que están alrededor de las aeronaves y los aeropuertos.
Hace muchos años, en algún aeropuerto de México, estaba un piloto aviador esperando a que llegara el dueño de la aeronave, quien venía con su esposa y un par de amigos. Por supuesto, y para no variar la dorada regla del dueño de aeronave, venía retrasado para tomar su vuelo. Estamos hablando de una época anterior al internet, por lo que el capitán ya había leído y re-leído todas y cada una de las revistas en la sala de pilotos, había estudiado con atención cada cuadro artístico que estuviera colgado en las paredes, las instrucciones del modo de uso del enjuague bucal en el baño y había notado con gran énfasis que una parte del techo del FBO estaba pintada más recientemente que la otra. Por fin una distracción llegó, un bolero que estaba recorriendo los hangares del aeropuerto. El aviador se sentó en una de las sillas y entabló charla amena de las noticias de la época con el bolero mientras este sacaba lustro a los mocasines negros que pronto estarían a más de 25 mil pies de altura. Coincidentemente, una vez terminada la boleada, recibió el aviso de la llegada de sus pasajeros y que la inspección de pre-vuelo, así como la actualización del plan de vuelo y todos los documentos estaban listos para salir. Nuestro estimado capitán salió presuroso a la puerta del avión para recibir como siempre al dueño de la aeronave, quien ese día venía con los mencionados al inicio de este texto humores difíciles de leer -y más difícil aún de entender- con tintes negativos. Una vez adentro de la cabina, el pasajero empezó a mostrar su descontento con ademanes muy notorios como fruncir el entresejo con cara de desaprobación, al tiempo de imitar con su nariz el olfateo del mejor perro canino de detección K-9, mientras preguntaba a cada uno de sus invitados del vuelo acerca de ese tan molesto olor que impregnaba su sentido olfativo. Al acercarse al piloto, quien estaba muy metido en sus listas de chequeo, detectó el olor de la reciente boleada de su calzado y solicitó al capitán que detuviera lo que fuera que estuviera haciendo, pues debía "deshacerse primero de ese olor infernal". El piloto, contrariado, primero pensó que se trataba de una broma, hasta que notó en la seriedad de las palabras y expresiones del dueño que no se trataba de una de las múltiples bromas que antaño caracterizaban al pasajero. "Capitán, entíendalo bien, o se quita esos zapatos o pierde su empleo. Yo no pienso aguantar tan desagradable olor durante todo el vuelo, ¡haga algo, inmediatamente!", dijo el dueño de la aeronave. El Capitán, extrañado por la exageración de la reacción del dueño ante algo tan insignificante, tomó el trapo con el que usualmente limpiaba el excedente de aceite con el que checaba los niveles de sus motores, lo empapó en turbosina que encontró por casualidad cercano a su King Air 90 y procedió a empapar sus flamantes mocasines, los cuáles pasaron en cuestión de segundos de un pulcro y reluciente estado al más degradante. "Pues ahorita mismo corrijo la situación, y como profesional que soy, voy a volar el avión antes de que se formen tormentas por andar perdiendo el tiempo con sus ridiculeces, pero dese usted también por enterado que este es mi último vuelo con ustedes, ¡no tengo por qué seguir tolerando sus tonterías!" fue la respuesta que enunció el capitán ante la mirada atónita de los pasajeros y del mismo dueño, quien pasó inmediatamente de ser la figura de presunción ante sus colegas al de un niño regañado. El vuelo prosiguió en el más incómodo de los silencios entre tripulación y pasajeros, para finalmente, al aterrizar en el aeropuerto de destino, tomar cada quien su camino sin despedirse ni volver a dirigirgse la palabra. Sin lugar a dudas, esta fue una anécdota real, adaptada al mundo literario para entretenimiento del lector, que nos arroja muchas lecciones de SMS, de actitud entre tripulación-pasajeros y de la importancia que tiene una buena relación y comunicación interna entre los habitantes de las aeronaves, pues cientos de casos suceden así al día, y nunca se saben las consecuencias que pueden tener los actos. Si los pilotos tienen tantos cursos para conservar sus licencias, no caería mal -ni sobraría tampoco- un entrenamiento para los dueños de las aeronaves para sacar el mejor beneficio de sus activos, no solo de la aeronave, sino del capital humano también. Por: Luis E. Sanders
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